domingo, 22 de mayo de 2011
Vivo sin limitaciones, fuera de contexto, estratégicamente. Vivo jugando a cosas nuevas, interviniendo, probando, creciendo y cambiando.Vivo enfrentando miedos, arriesgando todo. Vivo disfrutando el momento, el camino sin seguir el manual al pie de la letra. Vivo con lo bueno que tiene vivir, dejándolo ser, aceptando las dificultades, buscando soluciones. Vivo la música, la siento, la llevo. Vivo la conquista, intensifico el juego y floto en ilusiones. Vivo en mi medida inmadurez con esa dosis de inocencia que me deja confiar en los sueños. Vivo perdonando pero no olvidando. Vivo lo bueno y lo malo para conformar mi camino. No simplifico, exagero, para sentirlo mejor. Vivo por la moda, en lo radiante y excéntrico, en lo colorido y lo jugado. Me pierdo en las formas, texturas y técnicas. Aprovecho oportunidades y vuelo en encontrarlas. Vivo feliz, vivo viviendo y me muestro tal cual soy.
sábado, 21 de mayo de 2011
Tarifa plana de porro y otros avances
—No quiero saber qué va a pasar conmigo, no quiero saber qué va a pasar con las personas que quiero. No quiero que se te escape una sola palabra ambigua; no quiero pistas. Respetá mi vida, Woung, respetá la felicidad de este noviembre en donde nadie se me ha muerto, quiero seguir acá un tiempo, no quiero que la sombra de tus datos me tapen el solcito— le dije a mi tataranieto—, lo que yo quiero saber del futuro es lo superficial, el chusmerío; soy demasiado cagón para todo lo que importa.
Woung me miraba serio y asentía. Ponía la boca como en el momento antes de escupir la gárgara, como diciendo: usted tranquilo.
—A no ser —le digo, con cautela— que yo en el futuro sea un líder de la resistencia contra las máquinas inteligentes; en ese caso, si soy un héroe y tu generación me idolatra, contame todo.
—No, abuelo. Usted no es nada de eso.
—Mejor, porque estoy a favor de las máquinas. ¿Y ustedes qué? —le pregunto— ¿Vienen seguido acá al pasado, o es una moda nueva?
—Viene bastante gente a comprar porro, porque allá casi no hay. Pero así como yo, a visitar antepasados, muy poco. Es un viaje incómodo, y bastante caro.
—¿No hay porro en el futuro? —se me pone la piel de gallina.
—Como haber hay —me dice Woung—, lo que ya no existe es esa cosa tan linda de ustedes, de armarlo, de ver la hoja, de fumar echando humo. De eso no hay más.
—¿Y cómo fuman porro ustedes?
—Tenemos tarifa plana —me dice—. Pagamos por mes un precio fijo, y hay empresas que te dan el servicio, directo a la cabeza.
—¿Están todo el tiempo drogados?
—¡No! Bueno, la mayoría no. Yo ahora estoy desconectado, porque estamos hablando. Pero si quiero un poco, parpadeo tres veces y ya me sube. Es práctico.
—Más que práctico. ¡Es buenísimo! —le digo— No hay que ir a comprar, no hay que esconderse por ahí, nunca llevás nada encima…
—Y además no te hace falta fingir —me dice Woung—. Si estás drogado y se aparece tu vieja, parpadeás dos veces y ya estás pilas. El tiempo que haga falta.
—Qué maravilla, el futuro —le digo—. ¿Y cuánto sale por mes, la tarifa plana de porro?
—Hay varios precios. Yo tengo el servicio de Vodafone, que sale 11 minutos al mes.
—¿Once minutos?
—En el futuro no hay dinero —me dice Woung—. El valor más preciado es el tiempo. Todos nacemos ricos, digamos. Cada chico que nace, tiene unos cien años de crédito. Después crecés y vas gastando tiempo. ¿Querés comprarte una moto? Te cuesta seis meses. ¿Una casa? Un año y pico. Todo lo que comprás se te va debitando. Y todo lo que vendés, se te acumula.
—No entiendo.
—Imaginate que te vas con una puta —me dice Woung—. Una puta cobra 30 minutos un servicio completo. Cuando terminás de cogerte a la puta, vos tenés media hora menos de vida, y la puta media hora más. Es fácil.
—¿Y entonces quiénes son los ricos en el futuro?
—El concepto de riqueza varía según los intereses de cada quién. Por ejemplo, yo tengo 23 años, es decir, tengo un capital suficiente para tener siete coches, dos chalets, y darme la gran vida durante cinco años más y morir. O también tengo la posibilidad de vivir sin lujos hasta que cumpla los 80 ó los 90. Cada uno hace lo que quiere.
—¿Y la gente que suele hacer?
—Hay de todo. Los conchetos se mueren jóvenes —me dice Woung—. Yo soy del grupo que vive despacio para llegar más lejos. Hasta ahora, mi gasto más extravagante fue el de venir a verte. Este viaje me costó tres años. Es carísimo.
—¿Te vas a morir tres años antes por mi culpa?
—No, no se mide de esa manera… Digamos que voy a vivir lo que me quede con la alegría de haber hecho lo que tenía ganas de hacer.
—¿Y el trabajo, entonces? —quiero saber— ¿Cómo funciona, cuánto gana la gente en el futuro?
—La gente gana exactamente lo que trabaja —me dice Woung—. El que trabaja seis horas al día, gana seis horas al día. El que trabaja cuarenta horas a las semana, gana eso. Y se puede vivir sin trabajar, pero claro, vivís menos.
—Entonces el trabajo cualificado no cuenta —digo—. Un carpintero que tarda dos horas en hacer una silla, y un poeta que tarda dos horas en componer un poema ganan lo mismo.
—Exacto: cada uno gana dos horas.
—¿Pero si el poema es maravilloso?
—Esa es una gran tara de tu sociedad… Creer que un poema puede ser más maravilloso que una silla.
—¿Y los ladrones entonces, qué roban si no hay dinero?
—No hay ladrones —me dice Woung—, ni crímenes económicos. Sólo, cada tanto, algún crimen pasional.
—Entonces habrá cárceles.
—No. Hay multas. Te multan con los años exactos de la víctima. Si matás a un tipo de 35 años, esa es tu multa: 35 años. Muchas veces significa pena de muerte. Casi nadie mata a nadie. Tampoco hay suicidios. ¿Para qué vas a suicidarte, si podés comprarte lo que quieras con lo que te resta de tiempo y morir en la opulencia?
—¿Entonces no hay malos?
—¡Claro que hay malos! Los pesados, por ejemplo. Esa gente que te cruzás en la calle y se te pone a hablar y te hace perder el tiempo. Los densos. Ésa es la gran escoria de mi sociedad. Los que tardan mucho para contarte un chiste, los que te hacen esperar en el auto, los que te invitan a fiestas aburridas… El que te hace perder el tiempo sin disfrutarlo, ésos, son lo malos.
—¿Y la política, cómo funciona?
—Ya te dije, no hay ladrones.
—Pero me imagino que en cada país habrá un presidente, y que al presidente lo elegirán entre todos. Una democracia, algo así.
—Cuando acabamos con las enfermedades —me dice Woung—, y pudimos lograr que el mayor capital humano fuese la salud (es decir: el tiempo de sobrevida) acabamos también con el capitalismo y el comunismo. Acabamos con todo. Nadie tiene nada que otro pueda robar para su beneficio. Si matás a alguien, no te quedás con su tiempo extra. Entonces, ¿para qué matarlo? En el mismo sentido, ¿para qué necesitamos democracia y boludeces si todo está en orden siempre?
—Me emociona esto que me estás contando, Woung —le digo sinceramente—, pero tiene que haber grietas, tiene que haber fallos. Somos humanos, y estamos hechos para cagarlo todo y hacerlo mierda. ¿Dónde está el fallo?
—Los fallos también son una tara de tu sociedad, abuelo. Con el tiempo las cosas irán mejorando mucho. Te lo garantizo.
Woung se fue de casa casi de noche, y me dejó una sensación extraña de paz. Estaba claro que yo no llegaría a vivir de esa manera (fumo demasiado para tener esperanzas a largo plazo) pero quizás Nina, mi hija, sí pueda ver ese mundo en donde el capital humano más importante es el tiempo.
Parpadeé tres veces, no fuera cosa que el wifi de porro con tarifa plana durase todavía en el comedor de casa, pero no pasó nada. Entonces abrí la cajita feliz y me armé uno de los antiguos, de los que se enrollan con los dedos, de los que cuestan diez euros en la esquina. Y me senté en el sillón grandote a perder el tiempo.
martes, 17 de mayo de 2011
lunes, 16 de mayo de 2011
Hay historias que no vuelven...
Si vuelvo a escribirle, es porque tengo el fiel presentimiento que sigue leyendome. Que tiene la astuta estrategia de estudiarme sabiendo aún que nada de que lo escribo es para el. Que más allá de que este haya sido el medio por el que transmití mucho de lo que fue, simplemente fue. Ese palabrerio ya no va a lograr desestabilizarme. Se acabaron los miedos, los reproches, las vueltas. Se terminaron las mentiras, las ilusiones. Ya no quedan más que palabras gastadas, promesas infundadas. Las palabras se las llevó el viento y por primera vez no voy a dejarme convencer. Alguna vez le dije que no creía en la eternidad de las peleas y mucho menos en las las recetas de felicidad y me doy cuenta que era un simple argumento en el que me refugiaba, para volver a caer, en lo mismo. Le agradezco, el simple hecho de volver cada vez que siente que me necesita, pero hoy, no estoy dispuesta a repetir historias.
jueves, 12 de mayo de 2011
A U C H H H H H
Cosas que caen por su propio peso, no existe la garantía emocional ♪ Que disciplina que tengo que meter ultimamente. Me gusta trabajar con conceptos que marquen una identidad más allá de lo que digan los falsos gurúes de la moda. Estoy por la mitad de la colección y me encanta, me da intriga saber como va a terminar todo esto.
Pensamiento sociopolítico me esta esperando. Lo percibo como un mal menor. En tanto los vaivenes del mundo me dicen que tengo que preouparme un poco más por todo eso que estoy descuidando, gente que te quiere, la de siempre, la de todos los días. Una cosa es segura: no soy una persona estable, no puedo imponerme un horario o compromisos irremediables.
Me creo libre, voy y vengo, avanzo y retrocedo, y a la primera de bajón me quiero pegar la vuelta, y ahí estan ellos de nuevo. La realidad es que, hay reglas, que poco a poco se van perdiendo. Como la autoridad, los límites (si es que aún existen) y problablemente hoy la disparidad hace que cada uno se haga cargo de su rumbo.
Subamos la música, que me quedan 10 minutos más.